Murmullos, risas y música de fondo. La fiesta transcurría como se esperaba, en un ambiente relajado y festivo. Gente vestida para la ocasión: ellos, esmoquin; ellas, vestidos largos; peinados altos y mucho brillo.
Galopando por el cielo llegaron. Tres, cuatro... decenas de jinetes esqueléticos. Su misión era aniquilar a todos.
–¡Huyan... escóndanse... corran...! –fue lo único que se me ocurrió gritarles mientras intentaba ponerme a salvo. Sabía que había violado las reglas, no debía estar ahí y ahora todos estaban en peligro.
¿Qué harás ahora? No tienes escapatoria, aunque trates de pensar lo contrario, sabes que es tu responsabilidad lo que está pasando. No, no te gusta la palabra “culpa”, prefieres llamarla responsabilidad. Y bien, ¿qué pretendes hacer?, ¿esperar a que maten a todos y salir al final a contar los cadáveres? Sí, ese lugar es una buena opción para refugiarte. ¡Métete ya!
Así lo hice, aquella cómoda tenía espacio suficiente para esconderme, pero sólo por unos minutos. Los jinetes del Maestro Oscuro sabían que ahí estaba y sólo se divertían con los demás. ¡Cuánto disfrutan del dolor, la sangre y la muerte!
Piensa, piensa, piensa. Por más vueltas que le des, hace mucho –antes de llegar aquí– definiste lo que harías.
Conté hasta diez, no quise ver a los alrededores. Tenía la certeza de que estaban cerca pero no me vigilaban, habían decidido matar a los demás.
Paso uno: corre lo más rápido que puedas, hasta llegar a aquel balcón que comunica con el muro exterior, ese que da al callejón cerrado y que te llevará a la calle menos transitada. Ellos están en la principal, tardarán unos minutos más en descubrir que escapas.
Saqué toda la fuerza que me quedaba, resultado del terror y la furia que aquella masacre alimentaba. Y lo hice. Corrí lo más rápido que pude, brinqué sobre el muro. A punto estuve de caer, tardé unos segundos en recuperar el equilibrio, pero lo logré. En ese momento maldije el no cargar con el estúpido libro de magia o con la burda varita mágica. Siempre me sentí avergonzada de ella, no había objeto más ordinario para un aprendiz de la magia que una vara para hacer toda clase de hechizos. Deseé con todas mis fuerzas tenerla en mi mano y blandirla contra los asesinos. Tal vez no podría detenerlos, pero los entretendría un buen rato, tanto como para que los sobrevivientes pudieran ponerse a salvo.
Paso dos: sigue corriendo. Ahora debes llegar con el Gran Maestro y pedir ayuda. ¡Claro!, antes tendrás que aceptar tus errores, o mejor dicho, el error que originó el caos.
Ya no sabes a quién le pertenecen tus piernas, no las sientes. Tú solo ves cómo el entorno se mueve rápidamente. Te quedas sin aliento.
Una imagen hace que todo se detenga: el tiempo, el movimiento, la realidad.
Allí están y se acercan a ti. Uno de ellos te toma del cuello y coloca sobre él una espada fría y filosa. Sientes cómo un hilito de sangre comienza a escurrir. Presientes el final. Él te sostiene con más fuerza y aprieta. Te duele la garganta. Con un movimiento brusco te deja libre. Caes de espaldas sobre el camino empedrado y frío. Cierras los ojos. No sabes si vives o no.
Cuando vuelvo a ver a mi alrededor, me doy cuenta que ahí siguen y no he muerto. El dolor del cuerpo me lo indica. Otro de los jinetes lanza un rayo que me golpea en el pecho. Duele más.
Suspendido en el aire, el artefacto esférico me muestra su cráneo de carnero. Veo un gélido destello en sus cuencas.
Se proyecta el mensaje.
–Si vives es porque así lo quisimos, pero eso pronto cambiará. Ahora ve y avisa a tu maestro que no puede resistirse más: es nuestro, y aunque se esconda sabemos dónde encontrarlo. El Maestro Oscuro está listo para ir por él. Dile que será mejor que no intente defenderse.
Quisieras que nada fuese verdad, pero sabes que no es posible. Ha llegado la hora de luchar y sabes que sólo un bando triunfará.
No tienes la certeza de que sea el tuyo.
L.W.O
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