08 octubre 2009

Solas

Allí estábamos las dos. No había opción, ella debía quedarse hasta el final. Tomé las llaves y comencé a cerrar las puertas, todas y cada una de las que había en el lugar. Después fueron las ventanas.

Ella no decía nada, sólo me observaba, como si supiera lo que iba a ocurrir: esa abogada sería mi prisionera.
A.R.G

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