11 octubre 2009

El cadáver

A escasos centímetros de mi nariz, frente a mis ojos, la fila de hormigas marchaba rítmicamente cerca del cadáver del caracol: la concha y el cuerpo estaban completamente separados. Todos decían que había caído desde la azotea. ¿Quiénes todos?, no lo sé, en algún lugar me lo contaron.
Mientras ellas seguían su camino, yo permanecía atascada en ese pequeño hueco cuadrado de la pared, por el que debía pasar para llegar hasta la escalera. Intentar pasar por ese estrecho lugar no fue muy inteligente de mi parte, la piel ya me ardía y dolía de tanto intentar zafarme. Las rodillas y las manos no estaban mejor: las piedritas se me encajaban con saña. El hoyo ese estaba al ras del suelo.
“Maldita sea, ese asqueroso cadáver tan cerca de mí y no sé si podré salir de esta. ¡Me lleva la chingada!, ¿acaso nadie limpiará eso? ¿No es trabajo de las hormigas?”, pensé enojada mientras continuaba con mi lucha para pasar del otro lado del muro.
De repente una mirada me hizo voltear hacia arriba, sólo vi la silueta de una cabeza –de algo o de alguien–. El sol me daba directo a los ojos así que no pude distinguir de quién se trataba.
–Ya no es necesario que vengas al funeral, no se hará nada. Si quieres ya te puedes ir –me informó una voz que tampoco pude reconocer.
–Me lleva tres veces el diablo. Me lleva patas de cabra. –murmuré un par de veces mientras golpeaba el piso con fuerza, lastimando mi mano derecha y levantando una pequeña polvareda.
“A ver cómo salgo de ésta. Maldita la hora en que me metí en este pinche hoyo”, pensé y seguí luchando contra los muros que me aprisionaban.

L.W.O

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