El sol en el cenit nos cegaba, el calor sofocante mermaba toda fuerza.
Qué difícil era moverse entre dunas de arena con la ropa adherida a la piel por el sudor.
Nuestra esperanza era llegar a la playa solitaria donde nos refrescaríamos. Faltaba menos de un kilómetro.
Una tormenta de arena nos sorprendió a escasos metros del granero: la antesala de la playa.
“Refugiémonos allí”,dijo alguien.
Aceleramos el paso lo más que pudimos.
Sentía la arena en la garganta, me raspaba, y me lastimaba la nariz. No era fácil respirar.
Entramos al granero.
Sólo debíamos esperar unos minutos. Me refugié en un rincón y cerré los ojos, así el tiempo pasaría más rápido.
La tormenta terminó. Ese profundo silencio que lastimaba los oídos me lo indicó.
Abrí lo ojos. Estaba sola.
Algunos rayos del sol se filtraban por las paredes del la construcción.
Tal vez estaban en la playa. Quizá ya nadaban en el mar. Salí.
No vi a nadie.
No había playa.
No había mar.
No había granero.
La arena me rodeaba.
L.W.O
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