Tuve que salir cuidadosamente del edificio, no podía creer lo que me habían dicho, pero era cierto. Un ataque de pánico me invadió, allí estaba uno de ellos, echado sobre el pasto del parque, el lugar donde hasta unas horas antes acudían a jugar las familias de los alrededores. Entre sus patas yacía un perro san bernardo, se veía tan frágil y pequeño, parecía dormido, no se veía herido, pero era evidente que ya no tenía vida.
“¡Qué cruel!”, pensé, su deseo era que todos viéramos de lo que era capaz: matar sin sangre y sin agonía. Tenía nuestras vidas en sus garras.
Sin inmutarse, aquella bestia con rasgos de reptil observaba a las personas que corrían despavoridas del lugar. Mientras otros como él se acercaban al lugar, tomando las posiciones más estratégicas para apoderarse de todo y de todos.
Uno de ellos ya sobrevolaba el edificio donde estaba mi departamento, sabía que era cuestión de minutos o segundos que con sus poderes o su fuego nos doblegaría. ¿A qué venían? ¿De dónde habían salido? Siempre creía que los dragones eran un mito, cuándo iba a imaginar que en verdad existían y habían llegado aquí a reclamar no sé qué.
¿Cómo me iba a enfrentar a esas bestias que sobrepasaban los diez metros de altura? Tampoco lo sabía, pero de lo que sí estaba segura era de que moriría en el intento antes de darme por vencida y dejar a su suerte a todos mis seres queridos.
Debía organizar a todos aquellos que quisieran sobrevivir, debíamos ser sumamente sigilosos, estar preparados para cualquier escenario, con algunos víveres y nuestros deseos más grandes por seguir con vida.
El plan, en principio, parecía sencillo: desplazarnos hasta el sótano y recorrer los ductos del desagüe hasta alejarnos de allí, pero si ellos ya se habían apoderado de la ciudad. ¿Cuál sería nuestro final? Sólo intentándolo lo sabríamos.
L.W.O
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