Una vez más discutían. Nunca había razones de peso para ello, pero era una práctica cotidiana. Reclamos, enojo, frustración. Ella, él, la calle: discutían.
Sus voces fueron ahogadas por los gritos. Tres camionetas tipo Van doblaron en la esquina y entraron a su calle. La gente se arremolinaba a su alrededor.
Agresivo, prepotente y malencarado. Descendió de una camioneta, se quitó las gafas oscuras y miró a todos lados. ¿Buscaba a alguien o sólo era una provocación? Manos en la cintura: postura retadora.
Sacó el arma y comenzó a disparar a sangre fría. Nada era real: gente corriendo, personas heridas, gritos y terror. Ella cayó al piso, dos balas la eligieron como blanco.
Dolía, dolía mucho. ¿Dónde estaba él? Ya no lo veía a su alrededor. No lo quería a su lado, sólo deseaba que el dolor terminara.
El agresor reía al ver a sus víctimas. Una mueca torcida atravesaba su cara: eso no podía ser una sonrisa. “Ahora sí viene lo bueno”, dijo mientras mostraba algo en su mano. El dispositivo para detonar las bombas estaba listo para ser usado.
Presionó el botón, una luz brillante inundó el lugar. Silencio.
Abrió los ojos y vio una luz azul; pudo distinguir las nubes. Sólo deseaba morir, su cuerpo ardía y no quería sufrir más.
L.W.O